La palabra RAIHUÉ, es una palabra mapuche que significa FLOR NUEVA. Deriva de una tradicional leyenda mapuche que transcribimos a continuación:
Neuquén y Limay eran dos jóvenes, hijos de caciques de pueblos vecinos, unidos por una gran amistad. Solían salir juntos de cacería. Un día, mientras seguían los pasos de un guanaco, oyeron una dulce canción que provenía de la orilla del lago Huechulafken (Lago Alto). Se acercaron al lugar, y se encontraron con una hermosa jovencita mapuche de largas trenzas morenas y expresivos ojos negros: Tan bella y tan hermosa, que ambos se enamoraron al instante.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Limay.
– Me llamo Raihué -contestó ella, bajando sus lindos ojos negros.
Ya en el camino de regreso, sintieron que los celos rompían su amistad y comenzaron a distanciarse con el pasar de las lunas. Sus padres advirtieron el deterioro de la amistad y fueron a consultar a una machi (hechicera) para pedirle consejo. La machi los advirtió sobre el orgien del distanciamiento entre sus hijos y les aconsejó que pusieran a prueba a los jóvenes y fueron a visitar a la muchacha.
-¿Qué es lo que más te gustaría tener? -preguntaron a Raihué.
-Una caracola para escuchar en ella el rumor del mar -contestó.
Entonces los padres pensaron que el desafío era justo y decidieron que el primero de los jóvenes que llegara de vuelta a Futalafken con la caracola sería el que se casaría con la muchacha y se pondría fin a la disputa. Por consejo de los dioses, y por intermedio de la machi, los jóvenes fueron convertidos en ríos para que uno desde el norte y otro desde el sur, iniciaran su duro viaje al mar.
Cüref, el viento, se sintió ofendido por no haber sido consultado. Entonces, tomando revancha, comenzó a susurrar al oído de la muchacha, tratando de convencerla que Neuquén y Limay nunca volverían. Le decía que las estrellas que caen al mar se convierten en huen huesha, (sirenas) que atraen a los hombres a las profundidades y los aprisionan
– Morirán y nunca los volverás a ver
Poco a poco, el corazón de Raihué se fue marchitando de angustia y dolor. Los días pasaban y Limay y Neuquén no regresaban. Raihué se dirigió al Lago Alto, donde todo había comenzado y, extendiendo los brazos, le ofreció su vida a Nguenechén, el dios Todopoderso, a cambio de la salvación de los jóvenes. El Dios escuchó su plegaria y la convirtió en una planta, cuyas raíces se enterraron en el suelo y sus ramas se elevaron al cielo. Su cintura se afinó en un verde tallo, sus pechos en tiernas ramitas, su boca en roja y pulposa flor, y sus ojos, en los frutos dulces del michay (calfate).
El mismísimo viento, no satisfecho, sopló para juntar a los jóvenes y darles la noticia. Al enterarse, depusieron todo su rencor y se estrecharon en un fuerte abrazo, vistiéndose de luto por su amaga, unieron sus aguas para siempre, siguiendo el camino hacia el mar, dando origen al caudaloso Río Negro.